La revolución no se lleva en los labios para vivir de ella, se lleva en el corazón para morir por ella.

 Che Guevara

 

“La revolución mexicana de 1910 evitó que el país fuera gobernado por dictaduras militares, pero acabó con la iniciativa política, legalizó la corrupción e introdujo la mentira como forma de poder”[1].

El 1993, durante el encuentro Los usos del pasado, en Madrid, España, el escritor mexicano Octavio Paz, a quien se deben estas palabras, afirmó que a nivel político la revolución dio estabilidad y evitó que México viviera regímenes totalitarios como otras naciones sudamericanas, o catástrofes como las europeas: «Todo el mundo habla del modelo europeo, pero a la gente se le olvida la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la Rusia de Stalin»; sin embargo, añadió que dicho enfrentamiento armado “creó una nueva clase empresarial y un nuevo proletariado»; es decir, un nuevo sector de opresores y otro más de oprimidos[2].  

Enrique Krauze, quien también participó en aquel encuentro, expresó su pesimismo sobre la vida democrática del país. «A pesar de que vivimos un ascenso en la conciencia política, todavía no vivimos la solución del enigma de la democracia en México».

En ese entonces, el descontento popular en el tema político había crecido con la famosa “caída del sistema” de 1988, que permitió al partido en el poder, el Revolucionario Institucional, mantener la silla presidencial por otro sexenio, como lo había hecho de manera ininterrumpida desde  1929, diez años después de culminado el enfrentamiento armado, donde se gestaron las bases de ese instituto político.

A 102 años de la revolución mexicana, diversos sectores sociales cuestionan el legado de esa guerra civil, su duda es: sólo engrosa una historia llena de mitos, o realmente provocó un cambio en beneficio de las futuras generaciones, ahora pasadas y presentes. 

Alguna vez, el militar y gobernante francés Napoleón Bonaparte dijo que en las revoluciones hay dos clases de personas; las que las hacen y las que se aprovechan de ellas.

Para Krauze y Octavio Paz, quienes aprovecharon ese derramamiento de sangre fueron los miembros del PRI, al valerse de las ansias desesperadas de libertad y justicia que pregonaban en una nación donde las águilas devoraban a las serpientes.

Existe otra postura que comparten críticos como la politóloga Denisse Dresser, la cual afirma que el sistema político que surgió a raíz de la revolución es uno de los grandes fracasos del país, pues, dice, los partidos que juegan sus cartas en busca de un escaño en el poder, utilizan las históricas artimañas políticas que han legitimado la corrupción y la impunidad y tienen como primicia el enriquecimiento ilícito y la vanagloria, y no la satisfacción de las demandas sociales.

Es por eso que, afirma, la transición del poder Ejecutivo federal que enmarcó la llegada del nuevo milenio –y se prolongó a 12 años de gobiernos panistas-, no rindió frutos para el proletariado. En otras palabras, para los oprimidos.

Vicente Fox, el hombre que logró echar al PRI de los Pinos, “será recordado en gran medida por todo lo que pudo hacer y no hizo. Felipe Calderón por la primacía que le dio a una guerra que no pudo ganar. Por todo lo viejo del antiguo régimen que sigue vivo entre nosotros[3].

“Ambos se convirtieron en presidentes que no quisieron lidiar con los vicios del viejo sistema y erradicarlos. Dos líderes que no pudieron encarar a los peores demonios del PRI como forma de vida y encontrar la forma de exorcizarlos. Incapaces de entender que con la transición tenían ante sí la posibilidad de transformar y no sólo preservar[4]”, dice Dresser respecto a la sucesión del poder de los únicos dos partidos que han gobernado a México desde su instauración como “país independiente”.

Para el historiador mexicano Lorenzo Meyer, el éxito de la revolución mexicana radica en que otorga «un mínimo de identidad nacional”, mediante la cual los nativos pueden exaltarse cada 20 de noviembre; no obstante, esta algarabía que evoca al nacionalismo tuvo un precio muy alto, “hubo un gasto enorme de vidas y una pérdida de tiempo en el desarrollo económico del país[5]”.

Un siglo después de ese conflicto, cuando se alistan las magnas festividades para conmemorarlo, tal vez las palabras del politólogo y abogado francés Camille Sée cobren mayor valía: “Dicen que la historia se repite, lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”.



[1] http://elpais.com/diario/1993/08/30/cultura/746661602_850215.html

[2] Ibídem

[3]  Denise Dresser, El País de Uno. Reflexiones para entender y cambiar a México. Editorial Aguilar, 2011. Pág 79

[4] Ibídem Pág 80

[5] [5] http://elpais.com/diario/1993/08/30/cultura/746661602_850215.html

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