El evangelio de Juan, en su capítulo 10, versículo 30, registra una declaración de Jesucristo en la que afirma ser Dios, al decir “Yo y el Padre somos uno”[1].

Aunque en el sentido estricto del enunciado, el nacido en Belem de Judea no dice “yo soy Dios”, la respuesta de los judíos en las líneas posteriores dan certeza a esta aseveración:

“Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?[2]

A lo que ellos refutaron: “Por buena obra no te apedreamos, sino por tu blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios”. En los versículos posteriores nunca corrige tal sentencia, no se niega a sí diciendo “yo no soy Dios, o, nunca dije que era Dios”.

El discípulo Tomás, relata el apóstol Juan, le llamó “Señor mío y Dios mío”, para lo cual no hubo reprimenda o corrección, como comúnmente había cuando éstos erraban, incluso, una vez cuestionó a otro de sus discípulos por no reconocerle como tal, a Felipe.

Aunado a esto, están las múltiples citas bíblicas que evocan la naturaleza de Dios, un ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, como lo describe Juan capítulo 14:

“No se turbe vuestro corazón, crees en Dios, creed también en mí”, dijo Jesucristo. En la secuencia del relato, el discípulo Felipe le pide a Jesús que les muestre al Padre; es decir, que los lleve con Dios, a lo que él responde, yo soy Dios.

“Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido, Felipe. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?, las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el padre que mora en mí, el hace las obras”, sentenció.

Si Jesús, como evidencian estos y otros libros del Nuevo Testamento, cuando hizo tales afirmaciones sabía que no era Dios, era un mentiroso, y contradecía la doctrina del Padre, que él decía predicar, al quebrantar uno de los mandamientos que el Señor les encomendó a su pueblo: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”; además, contribuiría al pecado de sus discípulos y seguidores, ya que cuando Dios, según el Éxodo, le dio a Moisés las tablas de la ley, estableció: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”[3].

En su libro Más que un Carpintero, el autor estadunidense Josh McDowell postula que si Jesucristo sabía que no era Dios y aún así pregonaba esta afirmación, también fue un hipócrita, puesto que les dijo a otros que fueran honrados a cualquier costo aunque él mismo vivió una mentira descomunal[4].

Y finalmente, dice, Jesucristo habría sido un tonto, pues por afirmar ser Dios fue crucificado, un acto por demás carente de intelecto.

¿Es posible que el Nazareno fuera un demente?, cuestiona McDowel, al tiempo que añade otra pregunta: “¿No hubiera podido él pensar de sí mismo que era Dios, pero equivocadamente?, al fin y al cabo, es posible ser sincero y a la vez estar equivocado”[5].

De ser así, debió de padecer uno de los trastornos neurálgicos más graves, pues su grado de alucinación y sesgo de la realidad, que lo llevó a construir un mundo de fantasías, también le valió la muerte.

Otro punto que debe analizarse es de donde salía su poder para hacer milagros. En el libro del Éxodo, los adivinos del faraón lograron imitar algunos de los milagros que hizo Moisés, que de acuerdo a la escritura fue instrumento de Dios para rescatar a su pueblo de la opresión de Egipto, lo que significa que las fuerzas malignas también tienen capacidad para ello.

Bajo esta primicia, si Jesús no era Dios, no era un demente o un mentiroso, quizás fue un demonio, pues resucitó muertos, expulsó espíritus, multiplicó panes y peces y sanó enfermos.

Para el autor Bill Bright, estos postulados son válidos y cualquiera de ellos podría ser cierto, aunque la percepción de cada individuo responderá de acuerdo a su fe[6].

De acuerdo con la Biblia, “Jesús es el camino la verdad y la vida, y nadie viene al Padre si no es por mí”[7], pero sí él fue un mentiroso, demente, o demonio, toda esta concepción de la vida eterna por él sería un fiasco, la gran mentira universal, puesto que un porcentaje significativo de la población mundial que profesa esa creencia, ha depositado su confianza en esta enseñanza.

No obstante, según la misma escritura, el no creer en él lleva al tormento eterno. En sus libros, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, sólo hay dos opciones, cielo o infierno, “frio o caliente, a los tibios los vomitaré de mi boca”[8].

Tras estas evidencias sólo se puede llegar a dos alternativas,¿ es la Biblia un libro de verdad, o un libro de mentira?, ¿es Jesucristo el salvador, o la guía a un camino de perdición?.

La respuesta, dice Bright, sólo la puede tener cada persona.



[1] La Biblia, Reyna-Valera, 1909. Juan 10:30

[2] La Biblia, Reyna-Valera, 1909. Juan 10:32-34

[3] La Biblia, Reyna-Valera, 1909. Éxodo 20:1-15

[4] McDowell, Josh. ,Más que un Carpintero, Editorial Unilit Miami. Pág 24

[5] Ibídem. Pág 27

[6] Bright, Bill. Un Hombre sin igual. Unilit Miami 1992

[7] La Biblia, Reyna-Valera, 1909. Juan 14:6-14

[8] La Biblia, Reyna-Valera, 1909. Apocalípsis 3:15-16

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