Manuel e Ingrid han dejado un mensaje: los fenómenos hidrometereológicos hay que analizarlos como fenómenos per se y en su contexto de vulnerabilidad, ya que es un error tratar de explicar la ocurrencia del desastre solo a partir del fenómeno natural. Huracanes siempre han habido y se seguirán presentando, la destrucción y efectos que ahora se observan tras el paso de estos dos fenómenos naturales sobre territorio mexicano, no son, para Víctor Magaña Rueda, consecuencia del cambio climático, sino de un aumento de nuestra vulnerabilidad.
Si se conocen las causas de esta vulnerabilidad -la cual está determinada por diversos aspectos como el origen y tipo de evento; la geografía de la zona afectada; las características de las estructuras existentes; la salud del ecosistema; el grado de preparación de la población, de la comunidad y de los gobiernos para enfrentar la situación; así como por la capacidad de recuperación en el más breve tiempo posible-, se podrán sugerir acciones que la reduzcan para que a pesar de que impacten los ciclones la magnitud de los daños sea menor, sostuvo el investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En entrevista para la Academia Mexicana de Ciencias, el especialista en temas de Dinámica del Clima en las Américas Tropicales y Cambio Climático, indicó que aun cuando hubiera sido un solo huracán, se hubiesen tenido desastres similares por la vulnerabilidad de las zonas.
Las lluvias torrenciales que trajeron Manuel, en el Pacífico, e Ingrid, en Golfo de México, provocaron, según cifras ofrecidas por el gobierno federal el jueves pasado, afectaciones en al menos 23 estados, 97 personas muertas y 68 desaparecidas, cerca de 249 mil damnificados, 50 mil personas evacuadas y al menos 155 municipios con daños importantes.
Magaña Rueda recordó que antes del año 2000 -cuando se diseñó el Sistema de Alerta Temprana contra Ciclones Tropicales (SIAT CT) con el objetivo de mejorar la coordinación de acciones para prevenir y mitigar grandes catástrofes y orientado principalmente a salvar vidas humanas-, morían en el país muchas personas cada vez que un huracán entraba a tierra y las acciones que se emprendían se reducían a actuar después de registrarse el desastre.
El investigador participó en la confección del Sistema con la propuesta de crear un semáforo para indicar el tipo de acción que se debía poner en marcha o cambiar, dependiendo de qué tan cerca e intenso se presentara el ciclón tropical. Indicó que el SIAT CT no consiste solo en advertir de la presencia de un huracán, implica llevar a cabo una serie de acciones coordinadas entre organismos públicos y la sociedad para reducir la vulnerabilidad.
Mencionó que el evento combinado de Manuel e Ingrid salió del estándar de los que venían ocurriendo desde el año 2000, es decir que aun cuando pegaban huracanes y había daños, se contabilizaba un número mucho menor de personas muertas. “En esta ocasión suman más de cien, entonces si el objetivo primordial del Sistema es proteger la vida, ¿qué pasó?, ¿qué no funcionó?, es lo que nos estamos cuestionando, al menos yo que fui uno de los que participó en el diseño de esa alerta”.
La vulnerabilidad, factor clave
Magaña Rueda destacó que en la actualidad se tiene que considerar que hay muchos más asentamientos y más gente expuesta. El Sistema –explicó- funciona solo con información sobre el fenómeno y se echan a andar las acciones, pero estas debieran tener en cuenta el nivel de vulnerabilidad de la población.
En este sentido, añadió que en materia de fenómenos naturales y desastres, destaca el concepto de riesgo, que es la probabilidad de que ocurra un desastre, es decir, la combinación del fenómeno natural, en este caso huracán, y de la vulnerabilidad a ellos.
“Esta vulnerabilidad y peligro es con la que se define el tipo de magnitud de desastre. Si se revisan los reportes de dónde es la gente que murió en los eventos que acaban de ocurrir vemos que son de poblados pobres o están asentados en zonas de ladera, donde las montañas en general están deforestadas, perdiendo vegetación que retiene el suelo, y si se le añade el factor peligro, el riesgo entonces en muy alto. Estudiar la situación con esa perspectiva impide ver los desastres con una ´visión naturalista´, en la que se habla del fenómeno como si fuera el causante del desastre y se olvida que detrás hay un contexto de vulnerabilidad; de esa manera se señala únicamente al fenómeno y no hay responsables”.
¿Huracanes extraordinarios?
Para Víctor Magaña los huracanes Manuel e Ingrid no tuvieron nada de extraordinario. “Huracanes que tocan territorio siempre ha habido en este país y siempre los va a haber; en este caso se combinaron dos cercanos a la costa que es lo que deja mucha humedad y un huracán puede dejar el equivalente de lluvia a la de un mes o al de toda una temporada. Cuando ocurrió el huracán Alex (2010) dejó precipitaciones de toda una estación en el noreste de México”.
La Comisión Nacional del Agua reportó que entre el 11 y 18 de septiembre se presentaron en México lluvias con precipitaciones que superaron los 987 milímetros en la Sierra de Guerrero, los 661 mm en la Huasteca Potosina, 519 mm en la Costa de Michoacán y 465 mm en la de Oaxaca. Informó que la lluvia que afectó a la entidad guerrerense -que representó el 70% de la precipitación correspondiente a un año en el puerto de Acapulco-, es la de mayor intensidad registrada en la historia del país, producto de la saturación del suelo en varias zonas.
“Si se trata de pensar que la causa de la magnitud del desastre está en la magnitud del fenómeno, se tiene la tentación de regresar al paradigma naturalista del que hablaba, y si bien es cierto que fueron lluvias extraordinarias, este país debiera estar preparado para enfrentar esa magnitud de precipitaciones”, sostuvo el investigador.
Saffir-Simpson, no es un traje a la medida
La escala que caracteriza la intensidad de los ciclones tropicales es la Saffir-Simpson. Cuando se creó la escala se pensó en la magnitud de daños que podría tener la infraestructura en las costas de Estados Unidos por dos fenómenos asociados: vientos y el oleaje que producen los huracanes. Bajo esos dos conceptos y entre más rápido rote el huracán se tienen vientos y oleaje más intensos, por lo que el daño a las casas es mayor.
Pero cuando la escala se traslada a México, destacó Magaña Rueda, no se ajusta a nuestras condiciones porque lo que más daño le hace a nuestro país son las lluvias, las cuales no crecen linealmente con la escala Saffir-Simpson; es decir, puede haber un ciclón tropical que sea categoría uno que deje mucho más lluvia que uno de categoría cuatro, por lo tanto –dijo- las categorías no son relevantes en este contexto, porque lo que a los mexicanos nos interesa saber es cuánto va a llover.
Para que funcione el SIAT como un esquema completo de prevención, el científico recomendó actualizarlo no solo con base en la magnitud del ciclón, sino en una caracterización del riesgo que tome en cuenta la lluvia y la vulnerabilidad de las diversas regiones, “esta es la lección que hemos aprendido con Manuel e Ingrid”.
“Ahora nos planteamos preguntas como: ¿por qué no se cayeron más o todos los cerros y solo colapsó uno (La Pintada, en Guerrero)?, ¿por qué Acapulco fue la zona afectada y no Ixtapa Zihuatanejo?, ¿por qué fue tal río y no otro?, esto nos lo va a poder explicar el contexto de vulnerabilidad y ahí es donde hay que trabajar; es un aspecto muy científico, hay que internarse en un modelo que cuantifique estos factores que muchas veces también son sociales y económicos”, concluyó.