La participación de arqueólogos y restauradores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en la rehabilitación de la Tumba Tebana 39, en Luxor, Egipto, ha permitido restituir una buena cantidad de fragmentos de relieves, y con ello también comprender que se trata de un complejo funerario que funcionó como lugar de peregrinaje hace más de tres mil años.
La misión mexicana dirigida por la egiptóloga Gabriela Arrache y que integra a especialistas de la Sociedad Mexicana de Egiptología, de la Universidad del Valle de México y del INAH, acudió nuevamente en los últimos meses de 2012 al Valle de los Nobles, donde se localiza dicho monumento mortuorio en el que fue sepultado el segundo sacerdote del dios Amón, Pui-Em-Ra.
Este conjunto funerario, que data de mediados de la Dinastía XVIII (alredor de 1466-1412 a.C.) y mide aproximadamente 18 por 18 metros, es excepcional debido a que sus tres cámaras fueron excavadas en la roca caliza del cerro Khokha, éstas se encuentran conectadas por un corredor al que se llega luego de cruzar un pórtico.
Después de siete temporadas de campo se retiraron miles de toneladas de escombro para brindar mayor estabilidad a la estructura arquitectónica, y también fue posible reubicar las casas habitación que se hallaban encima y alrededor de la misma.
La doctora Angelina Macías, jefa de las excavaciones, informó que todo este trabajo, que implica jornadas desde las seis de la mañana al mediodía, bajo temperaturas que rondan los 40° centígrados, contribuyó a tener una lectura más integral de la Tumba Tebana 39, la cual ahora es visible a metros de distancia.
Antes de toda esta labor se pensaba que al pórtico precedía un patio de 22 metros, sin embargo, nueva evidencia indica que se trata de una explanada que conectaba con el Templo de Hat-Shep-Sut, una de las pocas mujeres faraones conocidas, y a quien sirvió el sacerdote Pui-Em-Ra.
“Después de fortalecer los muros originales, norte y sur, para evitar los derrumbes continuos, nos valimos de trincheras para bajar el nivel de un amontonamiento de tierra de más de 4 metros que se halla al Este —frente a la fachada de la tumba— y el cual representaba una barrera visual.
“Entonces, nos percatamos de que no existe ningún elemento arquitectónico que delimite —hacia el Este— el patio, por lo que es una explanada que llega desde la fachada de la tumba hasta la calzada que va al Templo de Hat-Shep-Sut, el más grande construido en Deir el Bahari. Esta plaza es parte de un espacio de peregrinación que sirvió para realizar ceremonias civiles y religiosas hace tres mil 400 años”, explicó la investigadora de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH.
Otra de las incógnitas por resolver en posteriores temporadas, señaló Angelina Macías, es la apertura de una puerta, que se descubrió al retirar escombro de un montículo ubicado al norte del conjunto mortuorio. Esto representa una tarea compleja, consideró la arqueóloga, ya que toneladas de tierra están retenidas por muros de contención, de modo que “para ver a dónde conduce ese acceso, tendríamos que ir bajando a la par los muros y los niveles de tierra”.
Rearmando una historia
Desde finales de octubre y hasta principios de diciembre pasados, mientras los arqueólogos laboraban en el exterior del conjunto funerario, los restauradores llevaron a cabo el rearmado y conservación de los relieves al interior de las cámaras. Hasta el momento han reintegrado al menos 200 fragmentos en los que se narra la vida y obra de Pui-Em-Ra, sacerdote que también sirvió al sucesor de la reina-faraón Hat-Shep-Sut, Tutmosis III (1479-1425 a.C.), al que muchos consideran el más grande rey del antiguo Egipto.
La especialista de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) del INAH, Dulce María Grimaldi, destacó la calidad de los relieves y de la pintura de la Tumba Tebana, ya que —a diferencia de las sepulcros de los faraones que tienen un aplanado de yeso— éstos fueron labrados en la roca del cerro Khokha, y se utilizó un material orgánico para aglutinar y adherir los pigmentos al muro.
A partir del conocimiento derivado de la atención de los murales mesoamericanos, algunos de ellos afectados por polímeros sintéticos (adhesivos sintéticos) que con el tiempo han resultado contraproducentes para la conservación, los restauradores mexicanos apuestan por técnicas que excluyen su aplicación, no obstante que en Egipto el uso de tales productos es relativamente común.
“Por ejemplo, para el fijado de las capas pictóricas usamos derivados de celulosa, que son materiales que no forman una película impermeable y que al degradarse no van a producir más deterioro, permitiendo así que se vuelvan a tratar en un futuro. También hemos empleado morteros derivados de la cal, que es compatible con la piedra caliza”, anotó a su vez Patricia Meehan, restauradora perito de la CNCPC.
También, con el apoyo del restaurador Luis Amaro, así como de un equipo de restauradores egipcios, Dulce María Grimaldi señaló que se ha logrado 60 por ciento de avance de la totalidad de la superficie (más de 300 m2), “se ha atendido ya gran parte de la estabilidad estructural de todos los elementos, pero aún resta gran cantidad de detalles”, en ese sentido, al menos un millar de fragmentos de relieves permanecen embalados.
Como si se tratase de un rompecabezas, la reposición de estos fragmentos permite leer la historia detrás de los jeroglíficos, entre ellos los que aluden a la maldición que precede a la tumba. Los restauradores lograron encontrar y fijar los relieves de una pared en la que se lee: “Todo aquel que entre a perturbar el sueño de difuntos será devorado por cocodrilos”, pero “todo aquel que venga a esta tumba a levantar el nombre de Pui-Em-Ra, le traiga ofrendas y cuide su tumba, será bien reconocido en su aldea”.
Gabriela Arrache, directora del Proyecto Tumba Tebana 39, explicó que en los aposentos funerarios de los nobles, como esta tumba dedicada a Pui-Em-Ra, está escrita la historia real, pues las escrituras de los templos mortuorios de los faraones versan sobre aspectos mitológicos. “De ahí que podrían esclarecerse aspectos sobre la transición entre los gobiernos de Hat-Shep-Sut y Tutmosis III”.
Finalmente, confió en que ese espacio abra al público en 2016 y con ello quede inscrito el nombre de México en la historia de la arqueología de Egipto, aunque de algún modo esto ya ha sido posible gracias al descubrimiento de valiosos objetos, como algunos wshabti de madera —figuras que representaban a quienes servirían al muerto en el más allá— y tres mazos del mismo material, entre otros artefactos de más de tres mil años, que figuran en el Libro de Hallazgos Mexicanos, del Supremo Consejo de Antigüedades de Egipto.