En ocasiones una situación planteada en la literatura o el cine provoca una respuesta emocional contraria a la que se esperaría en la vida real. O, dicho de otra manera, si nos topáramos con Toni Soprano, el gánster interpretado por el hoy fallecido James Gandolfini, no nos haría tanta gracia como en la pantalla.

Las manifestaciones artísticas pueden poner en funcionamiento las creencias o dinamizar la respuesta moral que tenemos ante situaciones complejas. Interesada en la respuesta emocional ante la obra narrativa, Mª José Alcaraz, profesora del departamento de Filosofía de la Universidad de Murcia, se pregunta en sus trabajos por la relación entre la apreciación de las obras de arte y el desarrollo moral.

“Ante una obra de arte ejercitamos habilidades morales constantemente, más incluso que en la vida real”, afirma Alcaraz. “Aparte de apreciar la belleza de la obra, emitimos juicios sobre los personajes: si son egoístas o generosos, si merecen o no nuestra simpatía, si son justos o no, etc.”, explica. Eso es parte de la apreciación de las obras narrativas, señala. “Cualquier lector se ve emocionalmente agitado si está entendiendo la obra”, afirma.

Lo curioso es que, en ocasiones, el arte provoca respuestas emocionales y morales contrarias a las que tendríamos en la vida real ante los mismos hechos. Aunque normalmente un personaje que sería despreciable en la vida real suele parecerlo también en la ficción, en ocasiones, su comportamiento nos parece atractivo o simpático. Y aquí surge el problema de las emociones contrarias o discontinuas. 

«Lolita» de V. Nabokov

Un ejemplo es Lolita, la obra de Vladimir Nabokov, llevada al cine por Stanley Kubrick. El protagonista, Humbert Humbert, consigue que el rechazo moral que conlleva el abuso sexual a Lolita, una niña de doce años, quede en un segundo plano.

Sin embargo, durante toda la historia el lector tiene dificultades para posicionarse en contra del pederasta, que despierta más simpatía que desprecio. «Asombra la capacidad de esta novela para transmitir qué le pasa al protagonista, qué sufre o le tortura, cuáles son sus deseos y qué le obsesiona; aun sabiendo que en la realidad nunca mostraríamos emociones tan cercanas hacia una persona así”, subraya Alcaraz.

La hipótesis de la autora para justificar las emociones discontinuas es que las reacciones ante una obra de arte no solo están causadas por el contenido que representa, sino por los aspectos formales. Un ritmo narrativo, el uso de un plano corto o una música pueden causar emociones relacionadas con el contenido que percibe el espectador. Cuando los rasgos formales de la obra están íntimamente ligados al contenido, de manera que permiten revelar aspectos interesantes de dicho contenido, juegan un papel justificativo y no meramente causal.

Para ella, el hecho de que podamos sentirnos cerca de Humbert Humbert «no es algo descabellado a no ser que se tenga una visión fuertemente posicionada sobre el asunto, en cuyo caso nuestras creencias morales no nos permitirían entrar en el mundo que se nos está planteando «.

Lolita, a pesar de ser una obra escrita en inglés, sufrió un rechazo generalizado por los editores estadounidenses, quienes solo tres años después de que se publicara en Francia la editaron por primera vez. «Las dificultades para encontrar editor muestran hasta qué punto el tipo de respuesta reclamada por la obra resultaba problemática”, destaca.

«El Talento» de Mr. Ripley

Esta contradicción se plasma también en la novela de P. Highsmith El Talento de Mr. Ripley, donde, como explica Alcaraz, “el protagonista es un asesino con el que en cierto sentido simpatizas y deseas que las cosas le salgan bien a pesar de cometer actos despreciables».

Otro ejemplo es la película Hable con ella. “Almodóvar emplea a menudo un estilo pop y desenfadado para hacer que se tengan actitudes relajadas hacia situaciones moralmente problemáticas”, explica. En este film se percibe al personaje central, Benigno, como un “hombre bueno, sensible, capaz de atender a las necesidades de las mujeres, etc.”, aun habiendo violado a una chica, Alicia, que está en coma.

Entonces, ¿se puede confiar en las obras de arte para educar las emociones? «Si con frecuencia estas provocan emociones en el espectador contrarias a las que consideramos apropiadas en circunstancias reales, no parecen recursos fiables para desarrollar nuestras emociones morales», dice.

Supuestamente, la obra provocaría reacciones peligrosas en el lector. Pero Alcaraz argumenta a favor del valor cognitivo de esas experiencias pese a su carácter contrario y opina que la literatura puede ser interesante como herramienta de formación emocional. Si una obra produce una emoción contraria pero justificada, entonces, según la investigadora, hay razones para dotar de validez a la respuesta y considerarla al mismo nivel que a las respuestas emocionales reales.

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