América Latina es una de las regiones menos equitativas del mundo. No la más pobre, pero una de las más injustas en distribuir la riqueza que genera Y, como es obvio, también arbitraria a la hora de repartir salud a la población. Las enfermedades no transmisibles están haciendo estragos, en especial en los sectores con más carencias.
Los infartos, accidentes cerebro- vasculares y cardiopatías mataron en un año a 17 millones de personas en el mundo. El cáncer, causó 7’6 millones de muertes, las enfermedades respiratorias 4’2 millones de decesos y la diabetes fue causa de 1’3 millones de fallecimientos. Más del 80 por ciento de esas muertes ocurrieron en América Latina y en otros países de bajos ingresos, afirmó la OMS.
Pero lo paradójico es que esas cifras se registran a pesar de que el gasto público en salud aumentó en América Latina entre 2005 y 2010 del 6’8 al 7’3 por ciento del producto interno bruto (PBI).
Aunque existen importantes esfuerzos de gobiernos, organizaciones no gubernamentales, y asociaciones médicas en la implementación de programas de prevención de patologías no transmisibles, los resultados hasta ahora no son de los más alentadores.
La realidad muestra que sólo con los planes de prevención no alcanza. Y las cifras son elocuentes. Si se vive en América Latina, por ejemplo, se tiene un 60 por ciento más de probabilidad de morir de algún cáncer, que si reside en Estados Unidos o Europa.
Un informe publicado por The Lancet Oncology, estima que si no se hace algo pronto, para 2030 habrá 1’7 millones de casos de cáncer diagnosticados y que un millón de personas morirán al año, por alguna forma de esta enfermedad, en esta parte del mundo.
Y lo incomprensible es que el 40 por ciento de los cánceres se podrían evitar sólo con hábitos de vida saludables. Más de 25 enfermedades no trasmisibles como infartos, accidentes cerebro-vasculares, diabetes, hipercolesterolemia (colesterol en sangre elevado), tabaquismo, hipertensión arterial, obesidad, sedentarismo, stress y nada menos que alrededor de 16 tipos de cánceres relacionados con la alimentación y el estilo de vida podrían reducirse de manera sustantiva.
Todo indicaría que la dificultad está centrada en que los programas de prevención actuales abordan los factores de riesgo para evitar la enfermedad, pero con acciones que son implementadas centralmente por médicos y dirigidas a pacientes o grupos acotados. No existe una articulación coordinada entre todos los actores involucrados, que apunte al mejoramiento de la calidad de vida grupal. Depende esencialmente de una decisión personal de cada paciente y su grupo familiar.
“Shock” de salud
Sin duda la enfermedad debe ser tratada por médicos, pero mantener la salud es un problema de mucha mayor complejidad y magnitud que concierne a toda la sociedad quien debe ser la encargada de preservarla y exigir que se transforme en agenda de Estado.
Los pobres de América Latina necesitan ya un “shock” de salud. Y la única forma conocida hasta ahora para lograrlo es a través de un cambio de paradigma. De una vuelta de campana en esta materia, como ocurrió en Finlandia a principios de la década del 70. La mortalidad por enfermedad coronaria en el este de Finlandia era por aquellos años una de las mayores del mundo.
Para revertir esa grave situación autoridades locales, nacionales e internacionales, en cooperación con expertos, medios de comunicación, nutricionistas, cocineros, empresarios de pequeñas y grandes industrias alimentarias, docentes y alumnos de escuelas primarias, secundarias y de universidades, como así otros sectores de la sociedad pusieron en marcha el Proyecto Karelia del Norte. Hubo un verdadero pacto social de salud.
Los resultados están a la vista: después de más de 30 años de su implementación, esta estrategia de salud pública permitió bajar el riesgo cardiovascular en un 80 por ciento y el de cáncer en un 65 por ciento.
El Proyecto Karelia del Norte –una provincia de esa nación- privilegió el grupo social por encima del individuo y demostró que un programa comunitario bien planeado, decidido e integrado puede tener un impacto sustantivo en los estilos de vida y factores de riesgo de la mayoría de las enfermedades no transmisibles.
Karelia del Norte se desarrolló bajo un completo programa de intervenciones que consistieron en diferentes acciones y estuvieron dirigidas no sólo a las personas con afecciones crónicas o a quienes presentan alto riesgo de presentarla, sino al total de la población.
En qué consistió
Primó por sobre todo el sentido común. La misma sociedad fue protagonista del cambio que entre otras medidas incentivó la ingesta de alimentos bajos en sal, azúcar y grasas. Se rebajó el costo de estos alimentos (frutas, verduras, legumbres, lácteos descremados) e incluso se logró que la mayoría de los restaurantes ofrecieran ensaladas gratuitamente.
Se generaron diferentes competencias entre las comunidades de la Provincia por rebajar, los índices de tabaquismo, hipertensión e hipercolesterolemia, en el menor tiempo posible.
Motivaron a la propia comunidad a través de la identificación y potenciación de líderes locales, es decir, personas que dieran su testimonio respecto del beneficio de los cambios alimenticios y la práctica de ejercicio físico.
En las góndolas de los supermercados no había muchas opciones de compras: sólo había disponibles alimentos saludables.
Adaptaron toda la producción alimentaria a un estilo saludable: dado que Karelia del Norte era un importante productor de leche y manteca (alimentos con alto contenido de grasa saturada), se modificó la composición perjudicial de esos productos en especial de la manteca y se los transformó en saludables.
Y lo que fue central: esas medidas y muchas más la sostuvieron en el tiempo. En América Latina hubo algunos intentos para poner en marcha programas de promoción de salud similares a Karelia del Norte. En Chile, Argentina y actualmente en Minga Guazú en el Paraguay. Pero en ninguno de los casos hubo hasta ahora un compromiso gubernamental como en Finlandia de que los proyectos muten en políticas de Estado permanentes. Todavía se está a tiempo.