INTRODUCCIÓN

La evolución del hombreEl siguiente texto divulgativo está escrito para un lector sensible, inteligente y dispuesto a cuestionar las dicotomías y estereotipos entre hombres y mujeres, masculinos y femeninos. Además, pretende enfatizar que millones de hombres en el mundo hemos comprendido que “ser hombre” y ejercer una nueva masculinidad en plena postmodernidad es un asunto complejo, pues tradicionalmente se ha privilegiado dentro de los estudios de género los temas femeninos.

La expresión emocional, el amor, los vínculos de pareja, la comunicación entre hombres y la experiencia paterna son algunos de los fenómenos que nos tienen “atrapados y confundidos” (Kimmel, 1992) y que no se pueden reducir en “tips” que las mujeres puedan aplicar a su respectivo “Neandertal” para comprendernos exclusivamente sobre la base de afirmaciones neurobiológicas que si bien ciertas al demostrar que el cerebro femenino tiene sustanciales diferencias anatómicas y fisiológicas respecto a nosotros, no resuelven el problema de la comprensión fenomenológica de la masculinidad y tampoco profundizan en el papel de la crianza familiar, la construcción sociocultural del género, la importancia de nuestras experiencias de aprendizaje temprano y las herramientas emocionales que los hombres desarrollamos. Todas estas variables, no solo complementan la noción de ser hombre y masculinidad; sino que son parte integral del proceso.

 

I. EPIFANÍAS DE LA MASCULINIDAD

Quiero compartir con ustedes una cascada de anécdotas que me ayuden a darle sentido al artículo que estás leyendo y que, simultáneamente puedan ilustrar porque la expresión “Todos los hombres son iguales” es absolutamente falaz y peligrosa, pues paradójicamente contamina la interacción entre sexos y géneros. Tales anécdotas no están relacionadas unas con otras, más bien representan epifanías (Denzin, 1989) es decir, eventos vitales, momentos cumbre o encrucijadas decisivas en las que la vida cobró sentido y matizó la masculinidad propia y la de innumerables hombres haciéndonos conscientes de las contradicciones entre los prejuicios y lo que sucedía concretamente en la realidad.

Hombre atráctivoA los cinco años de edad recibí un par de mensajes contradictorios: “Algún día serás todo un hombre y tendrás que ser responsable de una familia” dijo mi abuelo con tono serio y ecuánime. “No soy el hombre que esta familia necesita” respondió mi padre cuando le cuestioné por qué se iba de casa. Posteriormente, al iniciar mis experiencias de pareja empecé a escuchar insistentemente un cliché “Tú eres el hombre” utilizado como un mandato explícito para que tomara la iniciativa en los procesos de seducción, en la vida erótico-sexual y en las “obligaciones” que como proveedor material debía demostrar en mis vínculos amorosos.

“Las mujeres somos mucho más complicadas que los hombres para sentirnos íntegras, felices y completas; los hombres son felices con mucho menos. Ustedes sólo necesitan sexo, algo de apoyo y más sexo […] ¡De verdad! los hombres son fáciles y simples” decía una paciente como apertura discursiva después de cuatro años de “empoderamiento” con un terapeuta psicoanalítico con quién finalmente sentía que no “avanzaba, ni tomaba decisiones trascendentales, por lo que llegó conmigo para consultarme si estas ideas ¿podrían tener alguna relación con su imposibilidad para relacionarse sanamente en pareja? “Las creencias determinan nuestras conductas amorosas. Para amar o estimar, ser querido y ser amado; es importante discutir como significas al amor y a los hombres. Cualquier creencia, aún la más abstracta, implica expectativas que regulan cómo sientes y cómo actúas ante el mundo” fue la respuesta que alcancé a decirle y que inició una enriquecedora relación terapéutica que modificó la vida de mi paciente y la mía como hombre y terapeuta.

Palabras agresivasNo fue sino hasta atender y escuchar con profundidad a cientos de hombres que ejercían violencia hacia sus parejas cuando facilitando aquellos grupos terapéuticos, descubrimos que como hombres habíamos sido lo que nos habían dicho que fuéramos y que la masculinidad y la feminidad per se no existían, sino que más bien se trataba de invenciones de carácter fenomenológico y sociocultural. Cuando estos hombres empezaron a cuestionar los estereotipos de masculinidad opresivos e impuestos; ser hombre se convirtió en un ejercicio de escucha y empatía entre los propios hombres y los motivó a diseñar  formas sanas y productivas para interaccionar junto a las mujeres y en develar la armadura psíquica de aquella masculinidad que nos obligaba a mantener distancia emocional de otros hombres.

Estos mismos hombres discutieron prolíficamente sobre cómo los percibían las mujeres; egocéntricos, obsesionados por el poder, despiadados y sin inhibiciones en lo que se refiere a la satisfacción de sus instintos sexuales y se conmocionaron al leer “El varón domado” (Vilar, 1971) y al darse cuenta que tuvo que ser una mujer quién nos ayudó levantando su voz y clarificando la opresión y complejidad del hombre y su masculinidad, y esto como decía uno de los participantes de mis talleres “No porque los hombres no tuviéramos –huevos- para defendernos a nosotros mismos, sino porque simplemente no habíamos hablado ni nos habíamos escuchado entre nosotros”.

 

II. HACIA UNA NUEVA MASCULINIDAD

Es indiscutible el axioma de la equidad de género, la igualdad de oportunidades y la necesidad de que los hombres participemos más y desarrollemos una verdadera corresponsabilidad en las actividades domésticas, amorosas, reproductivas y de cuidado, y adoptemos posturas libres de sexismo. También es cierto que el contexto sociocultural de corte patriarcal, sin duda nos privilegia a los hombres como colectivo, sin embargo, tal distribución rígida de roles y expectativas en función del sexo y género, tiene también severas consecuencias emocionales para los hombres. “Los privilegios cuestan caros y en el campo de los sentimientos, todo lo que ganamos en poder lo pagamos en represión emocional¨ afirma Lozoya (1999) quién además metafóricamente compara a los hombres con caballeros dentro de una armadura oxidada y con Pinocho, aquel muñeco de madera luchando por humanizarse.

Hombre bebeLos hombres no nos asumimos como tales dado que externalizamos al mundo, nos percibimos como ajenos y apartados pensando en todo, excepto en sí mismos y adicionalmente, me parece que algunas mujeres acostumbradas a obtener su capital relacional y material de su mera anatomía, realizan un excelente trabajo al hacernos olvidar que como hombres somos seres sensibles capaces de funcionar en una amplísima escala emocional y en las más extraordinarias dimensiones relacionales.

La capacidad de expresión emocional y de empatía en los hombres es limitada ya que consistentemente ha sido reprimida. “Los hombres no lloran…Los hombres no se disculpan…Los hombres deben ser dominantes y ser la cabeza de una familia……Los hombres son valientes…Los hombres no hablan de sus problemas…..Los hombres compiten, ellas eligen….Los hombres siempre deben estar preparados sexualmente; Siempre erectos…Los hombres son los responsables del orgasmo femenino…Los hombres no piden ayuda…Los hombres son independientes…Los hombres no se dejan vencer por el dolor…Los hombres no muestran excesivo afecto hacia otros hombres” se han convertido en mandatos basados en la negación que distorsionan nuestra masculinidad e increíblemente nos orientan sobre cómo resolver los asuntos de la vida cotidiana. Al respecto, Molina y Oliva (2011) explican que somos más hombres mientras más características del ideal masculino hegemónico incorporemos a nuestra identidad de género, aunque esto reprima una amplia gama de necesidades, sentimientos y formas de expresión eminentemente humanas.

En este sentido, Leonelli (1987) plantea que los hombres nos vemos sometidos desde la infancia a intentar demostrarse ante sí mismo y los demás lo que no es más allá que lo que verdaderamente es y pudiera ser: «no dependo de nadie», «no soy un fracasado», «no soy un perdedor», «no soy un impotente» y sobre todo «no soy un marica o afeminado». Estas prohibiciones no sólo interfieren en la satisfacción de nuestras necesidades, sino que tienen un impacto en la interpretación y cuidado de la propia vida. Valga señalar algunos ejemplos. Los hombres mueren un promedio siete años antes que las mujeres. Los niños varones por otra parte también sufren accidentes con mayor frecuencia que las niñas. En cuanto al suicidio, los hombres logran concretarlo en una proporción tres veces superior a la de las mujeres que lo intentan e incluso cuando se construye la ideación suicida se disponen a morir «como un hombre» utilizando para ello, la autodestrucción por los métodos más letales.Metrosexual

 

III. CONCLUSIÓN

Según Badinter (1993), en nuestra cultura la construcción de la subjetividad masculina tendría un carácter reactivo y tres serían sus pilares: no ser mujer, no ser niño, no ser homosexual. El modelo de masculinidad tradicional, asentado en el mito del héroe aún persiste entre nosotros como estereotipo promedio aunque sea cuestionado. Un verdadero hombre debe ser fuerte, competitivo, autosuficiente, agresivo, exitoso en el trabajo y con las mujeres, valiente y arriesgado, aunque deba pagar el costo de sus excesos. Cabe entonces preguntarse: ¿cuánto de esta mística masculina está en la base de las dificultades que exhibimos los hombres en el acercamiento afectivo a las mujeres, a otros hombres, a nuestros hijos y constituye un obstáculo para entender a cabalidad qué somos y qué queremos los hombres?

Si bien se registra la presencia de varones sensibles, democráticos y solidarios que no se avergüenzan de expresar sus sentimientos ni se adhieren a la ética perversa del logro, sabemos que esto no configura un fenómeno general. Más bien, pareciera ser prerrogativa de generaciones más jóvenes, criadas en un medio esclarecido y progresista y sin demasiadas urgencias económicas, que les ha dado acceso a otras propuestas de identificación para la construcción de género. Quizás, no es el caso de muchos de los hombres que ustedes conocen.

 

Referencias

  • Denzin, N. (1989). Interpretative Biography. London: Sage.
  • Kimmel, M. (1992). La reproducción teórica sobre la masculinidad: nuevos aportes, fin de siglo, género y cambio civilizatorio. Chile: Isis Internacional-Ediciones de las Mujeres.
  • Molina, Y; Oliva, D. (2011). El costo de ser hombres: visto desde los estudios de masculinidades, en Contribuciones a las Ciencias Sociales. Disponible en: www.eumed.net/rev/cccss/12/
  • Leonelli, E. (1987). Las raíces de la virilidad. Barcelona: Editorial Noguer.
  • Lozoya, J. (1999) Política de Alianzas: El Movimiento de Hombres y el Feminismo. Jornadas Feministas. Almuñecar (Granada).

 

Héctor Cerezo Huerta: Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Director del Departamento de Psicología y Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Profesor-Instructor de Educación Continua de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM.

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