Es fácil imaginar la frustración de Ludwig van Beethoven al quedarse sordo. Si el máximo exponente del romanticismo hubiera vivido hoy en nuestro país sin duda tendría un implante coclear y llevaría una vida prácticamente normal.
Si además Beethoven viviera en Barcelona, probablemente habría asistido a un concierto en el CaixaFòrum el pasado sábado por la mañana. Se habría sentado junto a otros implantados y acompañantes normoyentes, y habría escuchado siete piezas especialmente compuestas para su oído biónico. Si Beethoven hubiera calificado esa mañana simplemente como ‘agradable’, el concierto habría sido un éxito rotundo porque la mayoría de implantados cocleares no puede soportar la música.
“Un implante coclear consta de una parte externa con un procesador de sonidos y un micrófono, y una interna con un electrodo implantado quirúrgicamente en la cóclea”, explicaba a las casi 400 personas de público Waldo Nogueira, investigador del Grupo de Tecnologías Musicales de la Universidad Pompeu Fabra e impulsor del evento.
Estos dispositivos permiten que personas con una pérdida auditiva profunda tengan una buena comunicación, pero aún tienen sus limitaciones. Para muchos usuarios la música es una auténtica molestia, “tanto que a veces prefieren apagar el dispositivo y no oír nada”, especifica a SINC el científico.
“Las personas con audición normal no nos damos cuenta de que estamos rodeados de sonidos, casi no hay un evento social en el que no se escuche música –reflexiona Sergio Naddei, uno de los músicos del proyecto, guitarrista y compositor para ReacTable–. Como la mayoría de implantados en el mundo son niños es importante encontrar la manera de que disfruten de la música”.
Durante los meses de investigación de este proyecto, llamado musIC (música para Implantes Cocleares), compositores e implantados han trabajado conjuntamente en la elaboración de siete obras que cumplen ciertas condiciones. Las composiciones se interpretan sin demasiados instrumentos. “En una orquesta completa solo oímos ruido”, comentaban los usuarios en uno de los seminarios previos al concierto.
Las melodías deben ser sencillas, los ritmos muy marcados, sin octavas muy agudas ni graves, y con una determinada distancia entre notas. “En general no distinguen un intervalo de menos de cuatro semitonos que, si pensamos en un piano, equivaldría a la distancia entre cuatro teclas blancas”, detalla Nogueira.
Y así tuvo lugar en Barcelona un concierto especial, el tercero en su especie a nivel mundial, tras uno en Southampton y otro en Melbourne. Patrocinado por la compañía Advance Bionics y organizado por el Grupo de Tecnologías Musicales y la Fundación Phonos, el evento llenó el aforo del CaixaFòrum con implantados cocleares y sus familiares y amigos. El objetivo de Nogueira es ambicioso y difícil: “que los implantados disfruten de la música igual que las personas con audición normal”, confiesa.
Lo que no se cuestiona es que constituye un avance abismal respecto al audífono. El galardonado músico argentino Alejandro Civilotti, que ha participado en el proyecto musIC como implantado y compositor, empezó a perder audición de pequeño. “Aguanté muchos años sin llevar audífono porque mi amiga y cantante peruana Chabuca Granda, autora de ‘La flor de la canela’ y ‘Fina estampa’, me lo había desaconsejado. Me dijo que me iba a deformar el timbre e iba a ser perjudicial para mí como músico”.
Tras pasar un muy mal rato como miembro del jurado en un concurso musical en 1985, con solo un 20% de audición en cada oído, Civilotti no tuvo más remedio que ponérselo, pero Chabuca tenía toda la razón.
“El audífono lo que hace es subir el volumen de todas las frecuencias por igual –explica Civilotti–. Me generó un audición muy agresiva, todo era ruido, sentía que todo el mundo me gritaba, hasta yo mismo”. Mario Millán, otro de los implantados cocleares que participa en proyecto concuerda con que los acúfenos (ruidos, zumbidos y pitidos) “eran una pesadilla”.
Implante personalizado
Núria Miró, jefa de la sección de Otorrinolaringología del Hospital Germans Tries i Pujol de Badalona, detalla por teléfono que el audífono utiliza la propia anatomía del oído humano para amplificar el sonido, mientras que el implante se salta esta vía fisiológica y estimula directamente el nervio auditivo. “La audición que proporciona el implante resulta mucho más natural para los usuarios, y la percepción de acúfenos disminuye”, aclara.
Pero solo son candidatos a un implante coclear aquellos pacientes adultos que han mantenido el oído estimulado y ya no pueden beneficiarse del audífono. “Implantar a una persona sordomuda de 30 años no da los resultados esperados porque, aunque pueda oír algo, ya no entenderá las palabras”, matiza Miró. Según la especialista sí se opera sin dudar a los niños con sordera de nacimiento: “Si implantáramos a todos los niños sordos dejaría de haber personas mudas”.
Mario Millán se decidió a dar el paso y operarse cuando ya tenía menos de un 40% de audición. “Lo primero que hice es buscar información en internet. Encontré el blog de Pepe Lozano, otro usuario y participante del proyecto musIC, donde relataba su experiencia y la de otros implantados. Leerlo me ayudó a perder el miedo a la operación”. Aunque Millán se operó a través de una mutua privada, ya que perdió la audición a los 21 años debido un accidente laboral, la seguridad social cubre la operación y el implante coclear.
La colocación implica a muchos profesionales. Además del otorrino, a lo largo del proceso participan logopedas, rehabilitadores y otros profesionales, y se llevan a cabo infinidad de pruebas previas y visitas posteriores. “Te lo personalizan. Determinan cómo es tu mapa auditivo y afinan el implante a tus necesidades. Al principio te lo reprograman cada dos o tres meses y después cada más tiempo”, recuerda Millán.
“La cirugía es delicada, pero acostumbra a ir muy bien porque la agresión al enfermo es mínima –detalla Miró–. El campo quirúrgico es muy pequeño, así que operamos utilizando un microscopio y al día siguiente el paciente se va a casa”. El implante no se enciende hasta al cabo de un mes, cuando ya se han curado las heridas de la cirugía.
El músico Alejandro Civilotti recuerda su ‘encendido’ aún con sorpresa. “Al principio es muy extraño porque oyes de una manera exagerada. Mi madre era como una flauta con sílabas, la escalera del conservatorio donde trabajo sonaba como un xilofón, y oía cómo las personas masticaban la comida y la tragaban. Después todo se normalizó. Aprendí a escuchar de nuevo”.
La música y el habla, parecidas, pero no iguales
El proceso de recuperación dura unos seis meses a lo largo de los cuales la audición va mejorando. Al cabo de este tiempo la mayoría de pacientes pueden volver a hacer cosas tan ‘normales’ como mantener una conversación por teléfono o enterarse de que alguien les llama a sus espaldas y girarse a ver quién es. Que la música es un tema no resuelto queda patente en el blog de Pepe Lozano, donde este usuario escribe sobre el proyecto musIC: “Un concierto en el que los músicos intentarán, y estoy seguro que conseguirán, que cumplamos nuestro sueño: que la música nos vuelva a emocionar”.
“La música constituye el gran reto del implante coclear porque es mucho más difícil de escuchar que el lenguaje”, asegura Charles Limb. Tanto la música como el lenguaje sirven para comunicarse, pero la primera es abstracta y el lenguaje es preciso. “Cuando dices una palabra, quieres que suene correcta, no te importa si suena bonita. En cambio si la música no suena bien, ¿qué sentido tiene?” se pregunta.
Según explica el neurocientífico Robert Zatorre, “nuestra mente está continuamente haciendo predicciones de la nota que viene y evaluando si se corresponde o no a lo esperado”. En la tensión y la resolución de un acorde es donde reside el placer musical, por lo que el reconocimiento de la melodía y la memoria son clave para disfrutar de la música. “La belleza se encuentra en aquello que reconoces –matiza Nogueira–. La memoria musical es importante para los normoyentes, pero todavía más para los implantados”.
Conscientes de esto, los músicos incorporaron elementos en sus piezas que facilitaran el reconocimiento de un patrón o la melodía. Además, durante todo el concierto del sábado el investigador del Grupo de Tecnologías Musicales Nikos Papachristos proyectó en la sala visualizaciones musicales en tiempo real. Mediante el uso de algoritmos transformaba los sonidos en imágenes para facilitar la percepción musical de los implantados.
Tras escuchar siete composiciones distintas y compartir casi dos horas de música, implantados y normoyentes aplaudieron a rabiar, rellenaron los cuestionarios que Nogueira había repartido y comentaron a la salida las emociones que el concierto les había despertado. Mario Millán estaba contento, había disfrutado, a Pepe Lozano no le había desagradado especialmente –algo que, aunque parezca poco, es mucho– y Civilotti discutía con otros implantados y normoyentes las impresiones que su pieza había causado.
Ahora el trabajo de los científicos sigue. Nogueira y su equipo analizaran los datos y está por ver si la percepción entre normoyentes e implantados fue comparable. Lo que sí es seguro es que el sábado ambos colectivos acudieron con la intención de disfrutar juntos de un concierto. “La música estimula el cerebro como ninguna otra actividad –defiende Charles Limb–. Yo creo que los humanos estamos preparados biológicamente para percibir y disfrutar de la música. No subestimo restaurar lo básico, pero no debemos renunciar a esa belleza”.
Gatos blancos sordos y cables en los oídos
En todos los avances médicos que benefician a los humanos, los modelos animales han desempeñado un papel central. En el caso de los audífonos, “el conocimiento de cómo funciona el oído de los insectos ha sido muy útil para su desarrollo”, explica a SINC David Ruygo, investigador del instituto de investigación médica Garvan en Sidney (Australia). En el estudio de la sordera y el implante coclear existe un excelente modelo animal: los gatos blancos sordos.
Estos animales nacen sin oír debido a una alteración genética y a través de ellos Ruygo y su equipo investigan los cambios en la actividad neuronal que causa la sordera y la recuperación del oído gracias al implante coclear. De todos modos, al contrario de lo que pasa en casi todos los campos de investigación “muchos experimentos relacionados con el implante coclear se hacen directamente en humanos y no en animales de experimentación”, dice Ruygo.
Por ejemplo, los primeros experimentos al respecto los llevó a cabo Alessandro Volta (1745-1827) consigo mismo. El físico se colocó dos electrodos en el oído externo e hizo pasar corriente eléctrica a través de ellos. “Fue el primero que intuyó que se podía recuperar el sonido a partir del sonido eléctrico”, cuenta Nogueira.
El 25 de febrero la Federación de Asociaciones de Implantados Cocleares de España (FAIE) celebra en España el día del implante coclear, con el objetivo de “dar visibilidad al colectivo y a sus necesidades”. Los implantes cocleares se comercializan desde los años 80 pero en esta fecha se celebra el aniversario del primer implante coclear europeo y mundial por los doctores franceses Djourno y Eyres en el año 1957.
Audífonos, una jaula de grillos necesaria
“Si tuviera que escoger perder un sentido, siendo honesto, escogería quedarme sordo”, opina Charles Limb, médico y profesor en el departamento de Otorrinolaringología y Cirugía de cabeza y cuello de la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, EE UU) y todo un referente en el campo del implante coclear. “Me partiría el corazón porque la música lo es todo para mí, pero desde un punto de vista científico somos mejores restaurando este sentido que ningún otro”, explica a SINC por correo electrónico.
El avance que se ha hecho en la restauración del oído en 20 años no tiene comparación con ningún otro sentido. “Pese a eso, aún se tiene que mejorar”, insiste Nogueira. Mientras que el oído humano tiene miles de células ciliadas que transforman las vibraciones del aire en impulsos eléctricos, el implante coclear funciona a través de unos pocos electrodos, entre ocho y 22. Un oído normal diferencia el timbre, el color del instrumento, el tono y los semitonos. Pese a ser un avance tecnológico de primer orden, el implante coclear todavía no puede emular el oído normal.